Mi sonrisa se hace de sal. Una sal
donde estoy de pie.
Raymond Carver
me he vuelto ceremoniosa
han dejado de interesarme los ruidos
el silencio de los demás
prefiero una copa dando vueltas por mi casa
desayunar sin asuntos pendientes
regodearme en eso de ser absolutamente solitaria
absolutamente vieja después de todo
aunque no tenga andares suficientes
quizás en otro lado
el ánimo se recupere
por lo pronto
no aspiro a más rutina
que mi cama deshecha y vuelta a armar
una cierta efusividad que conduzca a ventanales cerrados
al bocado de sal que me hostiga
a mis dientes suplicando cepillo
al cabo de muchos días
muchos encierros
demasiadas ceremonias
si quedara un hombre
uno sólo para después
y la eternidad
corregido en su mínima condición
desechado
si quedase para más nunca
postergado al tropiezo
la triza infinita
si existiese y nos viéramos
y me explicara el secreto que lo mantiene solo
alumbrado y solo
pleno de encierros
si existiese
y pudiese irme lejos
no desear
arrimarme única
sola sin palabras
A Miguel Angel Campos
he sido incierta
pecaminosa
he dado pie a discordias que desencajan
temo terriblemente
poseer cincuenta y cuatro años
completar apenas
la mitad de los saltos
que me han sido asignados
ser famosa
incluso venerable
pero no haber tropezado
sino unas cuantas hemorragias matutinas
no llegar
nunca llegar
cumplir treinta
cincuenta
tal vez setenta años
ser horrendo simulacro
en la víspera de cualquier acontecimiento importante
salvo la furia y mis desiertos
defiendo a dentelladas el permiso de escapar
por si me aburre la falta
el periplo enmendado con que muchos pronuncian
sus recovecos
insisto en mis aplausos
la tardanza que recoge migas
síntomas de una erupción esperada
vuelvo al calor
me maquillo de negro
uso sandalias y mastico en el cine
se me antoja irme seca
desmembrada
vestirme de roca o macho
bastaba cerrar el puño
desdecir el goce
todo venía
todo era palabra
ahora extraño
aquella fragilidad
mis contenidas maneras
de apresurarme
y padecer
hay algo de venganza
en el clima de mi cuerpo
un hábito tribal e innecesario
cierro la vista
comienza el regodeo
nada extraigo nada vale la pena
la pereza me viaja
no quiero salir a buscarme
en el salitre de una frontera
me seduce
la definitiva austeridad de mi habitación
los murciélagos que rajan la bañera
esa marejada cálida de las tres de la tarde
pero la delicadeza va siendo
una posibilidad despreciable
prefiero verme aguerrida
desencajada
ducha en el desprecio
el rigor de perderse
la huida justa
decir cuándo
la piedad es ósea
decir un poco más allá con el rato amaestrado
desenvuelto pero solo
tener el valor de mirar por la única ventana
que da hacia el sur
y temblar para que la sangre
nos calce a todos
para el luto posible
entonces sí
sostener demoras
caerse a malhumoradas palabras
ser reja
menguada pertenencia
caminar por un río
ser ese río
atravesar
el mismo rostro
ser medianamente cuerdo
soportable
al menos de noche
en silencio