viernes

EL ORDEN DE LAS RAMAS (2004)


Toda conversación se inicia con una mentira
Adrianne Rich 


—Hay un dios que yace en los trigales de un arduo reino. Jamás nos requiere. Ama a los huidos
—Lo invocamos por adicción. Somos vástagos afligidos, trampeadores de un lenguaje de podredumbre
—¿Certezas que no alcanzan?



—La austeridad de los vocablos que hoy debo pronunciar terminará por espantarte. No puedo sino corregirme en la decepción
—Si te asemejaras al silencio que pretendes
—Sería inútil el sacrificio. Nos arrojaríamos sin comprender la desnudez primigenia, la represalia de ciertos abandonos



—Padecemos el deber de perdurar, el deber del vocablo, del escarnio
—¿Tantos?
—Tantos y muchos más, so pena de que la belleza vuelva a sus inhóspitos caudales, que las fieras aprendan de la carroña



—Hemos recaído en la virtud. Imbéciles, domeñamos la palabra para jactarnos de cuanto ocurre en vano
—Lo peor es ser dignos y desprovistos de cimientos
—Vertebrados por el asco. Suficientes de tanto rigor



—Me incumbe devolverte las garras
—¿Y dormir por siempre sobre el catre de mi veneno?
—Así te conocí
—¡Que me susurre la destemplanza, me abarque la impudicia! Seré heraldo acucioso y traicionero, pulcro a la hora de hincar palabras



—¿De qué escalón se ha prendado la fatiga? ¿Qué migaja de ella traerás a casa? ¿Eres tú quien defiende el rumor de las palabras curtidas? ¿Tú el de la ignorancia?
—Quise cargar con lo imperceptible: frases que maduraron a fuerza de calcinarse. Nada parecido a tu insolencia, tu sed de insulto



—Siglos anduve con la mirada constreñida hacia la tierra, atenazado por un raro suplicio. Mi soledad estuvo signada por ademanes, sobrenombres, desprecio
—¿Para qué hundirte frente a mí?
—Si me sublevo es por coincidir



—¿Quién habla tras un amasijo de músculos remendados por el odio? ¿Quién dispara desde las azoteas presumiendo que la distancia ha de ser embutida por la niebla? ¿Quién traspone la gramática de las aberraciones? ¿Quién, en esta terredad?
—Y a mí, tu otro bocado, ¿quién me salva de los mandamientos, quién me astilla el rostro para que calle?



— Yo, que maldigo y recaigo, que tuerzo el curso de una hormiga para verla enloquecer, doy fe de que hay palabras anegadas en niebla; banderas como magnolias boqueando en los márgenes de la común desdicha
—¿Tu despropósito?



—Habla de tu hambre, del contagio
—Olvidé cómo se miente
—Habla, si puedes, del desangrarse
—¿Y decir que me obstiné, que ahora regento una casa de buitres?
—Mucho más
—Olvidé cómo se infringe la transparencia



—Si al menos quedara ánimo para desertar
—Estimaría ventanas como si se tratara de la arrogancia postrera
—Dirás que de ahí te viene lo adusto
—Aspiro a la perversidad que otorgan las ventanas clausuradas, los pórticos oxidados
—Lo terrible, pues
—Lo humano